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El Bicentenario y Otros Horrores

 

 

Me gusta manejar de noche, es uno de esos pequeños placeres que todos tenemos y que hacen nuestra vida tan agradable. En una de esas noches,  me encontraba en pleno desierto de Arizona - en la carretera que lleva a Phoenix – sin ningún pueblo a la vista en millas a la redonda y con solo 10 canciones en el iPod, que por cierto, ya se habían repetido como diez veces cada una; puse el radio en scan y, como era de esperarse, no encontró ninguna estación.

De repente, empecé a escuchar una voz en ingles que resultó ser de la BBC Radio, ¿Cómo o por qué se estaba escuchando en medio de la nada?, no tengo la menor idea.

Al principio no le presté mucha atención, pero después de un rato, empezó a cautivarme. Se trataba de un profesor de alguna universidad de Inglaterra, que abordaba el tema de la violencia en las civilizaciones antiguas; desde los Persas que serruchaban en dos a sus prisioneros, el coliseo romano donde la gente era – literalmente - arrojada a las fieras para ser destrozada, la inquisición - ese negro episodio que la iglesia Católica Romana quiere borrar de su pasado -, hasta la más violenta de todas (de acuerdo a esta persona): los aztecas.

Algunas culturas tenían prácticas realmente atroces, como una llamada “el tubo”. La
persona era enterrada en una especie de caja de madera dejando sólo su cabeza
al descubierto, después le untaban miel en la cara lo cual atraía a moscas y a otros bichos; el prisionero era alimentado diariamente, de modo que al paso de algunos
días, estaba prácticamente nadando en sus propias heces e infestado internamente
de larvas de insecto, en pocas palabras se pudría vivo.

Técnicas como “el tubo” pueden parecer extremadamente crueles, pero lo que da
a los aztecas el “título” no es la calidad sino la cantidad; no es ningún secreto que los
aztecas ofrecían sacrificios humanos a sus dioses, lo que sí me sorprendió fue la cantidad. Filas de personas - de hasta millas de longitud - listas para ser sacrificadas. Aparentemente la cantidad de sacrificados era tal, que al sacerdote le tomaba semanas e incluso meses matarlos a todos.

Continuaba el relato de que si bien la población realmente creía que dichos sacrificios eran para granjearse el favor de los dioses, en realidad se trataba de un mecanismo
de control popular, por un lado infundía el miedo, mientras que por el otro entretenía
a la “chusma” (al igual que el coliseo romano) y los hacía sentirse poderosos y
contentos con su gobierno. Básicamente el emperador organizaba todo ese espectáculo teatral por miedo a que el pueblo se rebelara.

Lo anterior me lleva a pensar en tantas argucias que nuestro gobierno lleva a
cabo para desviar nuestra atención de las cosas realmente importantes, y así  
hacer lo que quiere con nosotros, a la vez que nos infla con un patriotismo mal encausado y una estúpida sensación de orgullo tan vacía como llenas están sus
cuentas bancarias. Es el truco más viejo del libro, y el ejemplo más reciente no
puede ser otro que el de los festejos del bicentenario.

Películas, propaganda, canciones especiales, espacio televisivo y demás
actividades para “festejar” nuestros 200 años de ser una nación independiente y soberana. ¿Costo de todo esto? Según cifras oficiales alrededor de los 3,000
millones de pesos, pero somos mexicanos, sabemos que el costo real será mucho menor, y la cantidad de dinero “desaparecida” mucho mayor. Aun en el caso
quimérico de que el dinero sea realmente empleado en los “festejos”, me
pregunto: ¿no estaría mejor invertido ese dinero en vialidades, becas, medicinas, hospitales o escuelas?

Siendo honestos, la mayor parte del dinero va a ir a parar a la bolsa de nuestros
gobernantes. Ya se escuchan rumores de irregularidades en los presupuestos
de películas como Hidalgo, y en México cuando el río suena es que agua lleva.

Celebrar el bicentenario, ¿realmente vale la pena?  ¿Tenemos algo que festejar?
Reflexionemos en la siguiente historia.

Singapur fue colonia Británica desde inicios del siglo XIX,  durante la Segunda
Guerra Mundial el Imperio Japonés lo conquista, y lo ocupa de 1942 a 1945,
en 1963 se anexiona a la Federación de Malasia. Sin embargo es expulsado de
dicha federación y se convierte en una república independiente en 1965.

Singapur debía enfrentar un fuerte desempleo, pobreza y una grave crisis
inmobiliaria, para hacer frente a esto se inicia un programa de modernización
centrado en la creación de empresas de manufactura, grandes desarrollos urbanos
y una altísima inversión en la educación pública. ¿El Resultado? La economía de Singapur ha crecido en promedio un 9% anual. En la década de los 90s  se convirtió
en una de las naciones más prósperas del mundo, con una fuerte economía de
mercado libre y con uno de los IPC (Ingreso Per Cápita, mide la producción del país en bienes y servicios y lo divide entre el número de habitantes, es una medida del bienestar económico de un país) más altos de Asia.

En la actualidad Singapur está catalogado como el país con mejor calidad de vida
en Asia y el onceavo a nivel mundial; en la primera mitad del 2010 su economía creció
un 18% convirtiéndola en la de más rápido crecimiento en el mundo.

Si han leído mi columna anteriormente saben que hablo de lo que pasa por mi
mente al ver una película, y al ver todas esas producciones que están por estrenarse
esta semana con motivo del bicentenario, no pude evitar pensar: Singapur logró todo eso en 45 años, y nosotros, ¿Qué hemos hecho en estos 200?

 
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